lunes, 25 de agosto de 2014

El cerebro que salió de la cocina

Año 1999. Por escenario, un aula repleta veinteañeros que cursan su primer año de Licenciatura en Administración y Dirección de Empresas. Yo estoy entre esos alumnos (si, mi primer año de universidad estudie eso y luego di el salto a la psicología). Es la asignatura de Microeconomía. El profesor Luis Corchón trataba de darnos algunas ideas sobre la economía básica. Algunas captaron mi atención hasta el punto de recordarlas hoy en día.

- Y de ahí partimos al hablar de modelos económicos, el altruismo no existe - decía desde lo alto de la tarima de clase. Yo estaba sentado a la derecha de la clase, en la tercera o cuarta fila, y fui sin duda uno de los que colaboró con el murmullo de la clase. ¿Cómo podía dejarse de lado el altruismo para crear un modelo económico?.

- Si, les puede parecer raro - dijo no muy sorprendido por el murmullo. De seguro esto pasaría siempre que hacía ese comentario - pero partimos de la idea en la economía de que nadie da nada por nada -. Desde luego tenía sentido realmente, pero cualquier tipo de conducta altruista podría cargarse cualquier predicción supuse.

- Desde luego, se puede considerar que cualquier conducta altruista podría romper el modelo - dijo como si me hubiera leído el pensamiento - pero hay que recordar que el principio fundamental es el de la escasez. Los recursos, señores, son escasos, y se compite por ellos -. Y es muy posible que tuviera razón. En el momento, con 20 años no te paras a pensar en las implicaciones de ese pequeño detalle. Pero esa es la misma base en la cual se basaría la teoría la selección natural (competir porque hay recursos escasos) y la que lleva a una curiosa relación: Nuestro cerebro es como es porque nosotros sabemos cocinar. ¿Me he vuelto loco?.

La escasez de espacio

                        Cuando hablamos del cerebro, todos sabemos que se encuentra especialmente protegido por el cráneo. Tiene una armadura ósea. Seguramente como refiere Llinás, esa sea la clave de que nos sea tan desconocido su funcionamiento. Pero lo interesante para este post es la idea de que el espacio de la cavidad craneal es limitado. Ante esa escasez de espacio el cerebro tomo una solución, ya que al parecer, por algún motivo, necesitaba seguir creciendo más de lo que esperaba. Esa solución fue plegarse. La respuesta a por qué necesitaba seguir creciendo suele ser "para una mejor adaptación", pero la pregunta que queda entonces es "¿Por qué solo creció en nuestro caso y no en otras especies?. ¿Somos los que tenemos el cerebro más grande en este planeta?. Ahora voy a eso, aunque adelanto que la respuesta a la primera pregunta podría ser "Porque pudo hacerlo" (Simplemente complejo).


El ejemplo de diferentes cerebros. Curiosamente 

                         Si nos comparamos con otros animales vemos en principio que nuestro cerebro no es el más grande, ni mucho menos. Y la lógica suele ir en dirección hacía "cuanto más grande, mejor". Pero no es tan claro que eso funcione así. Es fácil decir que como tenemos el cerebro más grande que un mosquito, somos más inteligentes que él, pero es más complicado entender que el cerebro de una ballena o un elefante siendo más grande, no les haga más inteligentes. Así que la pregunta que puede surgir es "¿Por qué el cerebro humano, pese a ser más pequeño que los cerebros de otros animales, llega a los logros cognitivos que llega?. Y para eso me centro en el estudio llevado a cabo por Suzana Herculano.

La sopa de neuronas

                 Llevo años hablando sobre el cerebro y siempre recurro a esa idea de que tenemos más de 100.000 millones de neuronas (tantas como estrellas hay en la vía láctea, suelo añadir). Pero lo cierto es que nunca me había preocupado por saber de donde habían salido estas cifras. Para mi sorpresa, en una charla TED alguien comentaba que se había hecho esta pregunta, pero no sólo se la había hecho, sino que había hecho por realizarla. Es la suerte de pertenecer a un grupo de investigación. Y de paso, de no ser español (aquí las preguntas de ese tipo importan una soberana mie...miércoles, quería decir miércoles).


Suzana Herculano siempre con el cerebro en la cabeza (chiste fácil)

                 Suzana Herculano y su equipo de investigación realizaron una serie de modificaciones sobre varios cerebros, en busca de la forma de calcular cuantas neuronas realmente tenían. El recuento no es algo precisamente simple, ya que existen muchas conexiones entre las neuronas. La clave estuvo en que las neuronas sólo tienen un núcleo. Así que a través de varios procesos llegaron a una solución líquida que contenía todos los núcleos neuronales de un cerebro. Una sopa de neuronas. Y que permitió calcular el número de neuronas (86.000 millones). Esto sentó una base importante para comparar el cerebro con otras especies, porque no se trataba del tamaño en sí, sino de que nosotros, los seres humanos tenemos muchísima más densidad neuronal.


Y calculando y calculando... 86.000 millones ¿Por qué tanta densidad neuronal en nosotros y tan poco en otros animales?


               Si tan interesante es para la cognición el tener más densidad neuronal, ¿por qué otras especies no la tienen?¿Por qué otros primates cercanos tampoco?. Ya lo dije antes, porque nuestro cerebro pudo tener ese desarrollo. Y la base que sintetiza esta teoría tiene dos principios importantes. Uno es la escasez de la que hemos hablado. El otro, la habilidades de cocina.

Cocina cerebral

             La hipótesis que circula sobre el motivo por el cual nosotros tenemos más densidad neuronal, así como el hecho de que tengamos un cerebro tan grande en proporción con el cuerpo es nuestra habilidad para cocinar. Dejado así sin más explicación, podría interpretarse que alguien como Karlos Arguiñano debería tener tal densidad neuronal que debería de ser el ser mas inteligente del planeta. Pero no se trata de una relación tan simple, falta la escasez en la ecuación.

             El cerebro consume mucha energía. Proporcionalmente, para su tamaño, consume muchísima. De esta manera, gran parte de las energía que obtenemos de comer va destinada a él. El resto va destinada a otras muchas funciones, entre ellas, la propia energía que se destina a la propia digestión. Es por tanto un cierto equilibrio. Si nuestro cerebro necesitara más energía deberíamos de reducirla de algún otro proceso. Sino, algo fallaría o no sería suficiente. No hay la posibilidad de endeudarse con bancos para mantener nuestro nivel energético. Y aquí entra al cocina.


Y aquí viene el papel de la cocina en la filogénesis del cerebro, según esta hipótesis


           No es lo mismo comer carne cruda para una digestión que comer carne cocinada. Ni supone el mismo tiempo de digestión, ni supone el mismo gasto energético. El cocinar la comida se puede considerar como una "pre-digestión", considerar que al calentar, permitimos que sea más fácil masticar esa comida, convertirla en el correspondiente bolo alimenticio y llegar al estomago donde la digestión es más fácil. La digestión se hace más eficiente, se deja energía que puede ser usada para otra cosa y tiempo. Ese podría, según Suzana Herculano, ser el germen para tener más tiempo y hacer más actividades, y además, tener la suficiente energía para el tremendo consumo que un cerebro implicado en ellas necesita.


                Es una hipótesis, sin duda, que tiene sus pros y sus contras, pero lo bonito de estas hipótesis es el tener que darle las vueltas para falsarlas. A mi por lo menos me parece que las piezas cuadran bastante bien, y nos da esa idea de por qué el cerebro humano si pudo crecer más en su densidad. Al fin y al cabo, somos la única especie que cocina. Por algo será. Un saludo.

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