jueves, 27 de marzo de 2014

Fabulaciones

- Yo, depende de quién se vaya, dejaría el equipo de trabajo o no - dijo mi compañera ante mi atónita mirada. Durante mucho tiempo había dicho que todos éramos igual de importantes en el equipo de trabajo, que todos teníamos el mismo peso, pero sin embargo, de repente, saltó con un comentario que no tenía muchas interpretaciones. Había una parcialidad, un sesgo, un favoritismo.

- ¿Cómo puedes decir eso? - monté en cólera, mientras miraba hacía mi otro compañero, que apenas había pestañeado ante tal comentario (cosas de ser el "favorito") - ¿no te das cuenta de lo que significa eso?. La intranquilidad que puede generar el solo hecho de pensar que no estamos todos al mismo nivel - objeté.

- No se porque cargas conmigo, joder, siempre lo mismo - dijo ella.

- Hombre!, a ver si no te parece grave pegarte meses diciendo que todos somos iguales y que ahora me saltes con que dependiendo de quien se vaya, te irías o te quedarías en el proyecto - le dije.

- ¿Qué dices? Yo no he dicho eso - se sorprendió ella - jamás diría eso-. Y tenía razón, en cierto modo. Ante el choque de dos ideas "su creencia de que hay que comportarse igual con todos tus compañeros" y el acto de "dar preferencia a otros", apareció la famosa disonancia cognitiva, y para deshacer esa disonancia lo mejor era borrar alguna de esas ideas (al menos quiero pensar que es así y no hablar de falsedad). Desde luego, si algo caracteriza a nuestro cerebro es la necesidad de buscar una armonía, a cualquier precio. He aquí varios ejemplos.

El cerebro rellena

      En realidad, el titular que se suele leer es que el cerebro nos engaña. Así sin más. La costumbre del cerebro de tratar de dotar un sentido a todo, para poder categorizarlo, nos lleva a unos curiosos ejemplos que pueden constituir la creencia de que el cerebro, efectivamente, nos engaña. 

       Esta compleja máquina de supervivencia, en un momento dado, optó por comenzar a generalizar las cosas que veía. Si por ejemplo, yo veo a una persona a mi derecha, cierro los ojos dos segundos y al volverlos a abrir esta a mi izquierda, mi cerebro da por hecho que se ha movido (lógico, de verdad). El problema viene al generalizarlo, porque si por ejemplo aparece un punto a nuestra izquierda, y desaparece a la vez que aparece otro igual en nuestra derecha, nuestro cerebro nos dirá también que ese punto se ha movido. Cosa que no ha ocurrido.

 
¿De verdad la cabeza ha crecido o son tres imagenes convenientemente superpuestas para que nuestro cerebro vea movimiento?

        Siguiendo con este tipo de ejemplos, me viene a la cabeza todo lo relacionado con los estudios de la Gestalt sobre la percepción, y en especial, la ley de cierre. Tendemos a cerrar las figuras para que encajen dentro de algo conocido. Repito, como en el ejemplo de mi compañera, el cerebro prefiere una estabilidad, por lo que tienden a dotar de sentido cosas que no lo tienen, a darle formas coherentes, como es en el caso del siguiente ejemplo

Yo diría que más bien, lo hemos engañado nosotros al ponerle esta trampa para que casi vea un triángulo.

        No se considera que esto entre dentro de la fabulación, sino más bien en efectos perceptivos. Pero si subimos un poco en el nivel de análisis, vemos que este patrón elemental se repite en los siguientes, pero de diferente manera. Vamos al siguiente punto, la interpretación de las sensaciones por parte del cerebro.

El miembro fantasma

       Si bien puede parecer que estoy hablando de algún integrante de los cómics Marvel, con miembro fantasma uno se refiere a la sensación que ocurre cuando se ha perdido un miembro. Es decir, el cerebro sigue teniendo las zonas asociadas a la percepción de sensaciones de ese miembro, aunque este no esté, y por tanto, parte de los procesos automáticos de propiocepción se siguen llevando a cabo. 

 No está, pero la siento.

        En este caso el cerebro espera algo, lleva teniéndolo ahí durante décadas. No podemos esperar que de la noche a la mañana cambie, por lo que el sigue actuando como si estuviera. Pero en este caso no se trata solo de una percepción, sino ya de una sensación. Un nivel superior al anterior.

       Puede servir como ejemplo el caso del paciente anósmico que comente ayer, que aún teniendo una imposibilidad de oler, llego un momento en el que ciertos objetos despertaban en su cerebro los olores (según comenta Sacks, por ejemplo, al acercase una pipa de fumar, olía el tabaco). Es, de nuevo otra interpretación del cerebro, otro rellenado de sensaciones.

       Una de las vueltas que le dí a esta idea fue hablando con alguien que recientemente había perdido un familiar, y que al entrar en su casa, lo percibía "como si estuviera allí". Saltándome las explicaciones esotéricas (que las puede haber) o religiosas (que también las puede haber), me fui a una explicación algo más cerebral. Simplemente, acostumbrado a percibir a esa persona en ese sitio, el cerebro aunque no la viera, perfectamente podía activar representaciones de la misma, sensaciones elicitadas por esa persona, la sensación de que está detrás nuestra. Aunque esto es una elucubración, claramente encaja con la idea del miembro fantasma (pero en este caso, miembro de la familia).

        Dicho esto, mostrados ejemplos donde hay un rellenado perceptivo por parte del cerebro (no hace falta que lo vea para que mi cerebro lo vea) y sensitivo (no hace falta que esté para sentirlo), llegaría a una parte superior, la fabulación, algo así como un "no es necesario que ocurra, para que mi cerebro lo crea".

Borra eso, por favor.

       Si nuestro cerebro rellena automáticamente el movimiento de dos puntos en el vacío existente entre ellos, ¿Que creéis que haría si de repente le borramos parte de la memoria a una persona?. Evidentemente, que dirá que no recuerda esa parte. Pero ¿Pasará lo mismo si se la borramos y no sabe que se ha borrado?. En este caso, muy posiblemente, comenzará el extraño fenómeno de la fabulación. El cerebro rellena la distancia entre esos dos puntos... del recuerdo.

       Vamos al primer ejemplo. La amnesia anterógrada. Cuando un paciente presenta un cuadro de amnesia anterógrada, es incapaz de adquirir nuevos  recuerdos, por lo que le resulta imposible incorporar sus experiencias a su memoria. Incluso que tiene ese trastorno, lo que da lugar una serie de fabulaciones para explicar aquello que ocurre a su alrededor.

Borrado tras borrado. En la amnesia anterógrada la información no se fija. No se añade nada nuevo.

       El caso que lo ejemplifica es el del paciente que   Oliver Sacks describe (¿se nota que me he releído el libro?)  con una degeneración de los cuerpos mamilares y que además presentaba una amnesia retrógrada de unos 30 años.  Se le expusiera ante lo que se le expusiera,  encontraba alguna explicación para encajarlo en el parado hilo argumental de su vida. Siempre antes de volver a olvidarlo para volver a empezar de nuevo. Observaba que la gente conocida estaba muy envejecida de golpe, que había edificios donde antes escombros y viceversa y siempre había alguna explicación para restarle importancia. Todo menos que estaba comparando un esquema mental de hace 30 con el mundo actual, claramente distinto.

        El segundo ejemplo lo tenemos en los pacientes con Alzheimer, donde en muchos casos se relacionan los primeros estadios de la enfermedad con una aparición de explicaciones paranoicas de los sucesos. Pensar que le han robado o que alguien le ha cambiado las cosas de sitio es la forma en la que su cerebro rellena el vacío que su memoria deja. Cuando la enfermedad avanza y comienzan las dificultades para reconocer a las personas y el retroceso de memoria, el cerebro sigue tratando de encajar todo, aunque tenga que forzarlo en mayor medida. Ahí es cuando se confunden nietas con hijas, hijas con hermanas, y casi cualquier cosa que comparta las características con alguna representación de las que tiene. Es más fácil cuadrar dos caras que comparten carga genética (familia) que cuadrar que no tenemos memoria, que hay un vacío de 20 años y que ahora mismo percibimos a gente que no recordamos haber conocido. Es más eficiente. Cruel con la persona, pero eficiente.

No es exactamente así, uno en el espejo se ve como realmente es, con todos sus años, pero la información que tiene el cerebro es que es joven. Y da igual comprobar que no, se ignora o se fabula.

        Por último, volveré al ejemplo inicial. Rellenar aquello de lo que nuestro cerebro no quiere acordarse. Creo que a todos nos ha ocurrido alguna vez, durante una discusión, que alguien niega de repente algo que tenemos claro que ha dicho.Normalmente, suele coincidir con cosas extremas, cosas que no te esperabas que dijeran, o que alguien en su sano juicio no diría. En este punto, se produce la famosa disonancia cognitiva (nuestro sistema de valores choca con lo que hemos dicho, nuestra ética choca con un comentario cuestionable), sea como sea, se borra, se ignora eso, y nuestro propio cerebro, ante ese vacío actúa y fabula. Es al menos una idea.

         Lo que en clínica se conoce como fabulación, tras todo este rollo que se ha soltado, tiene sus bases en una propiedad innata del cerebro, su necesidad de dotar de estabilidad al mundo, de no dejar algo sin cerrar. Ese funcionamiento automático, para dejar liberado nuestro sistema cognitivo, provoca que "cerremos" percepciones, que cerremos "sensaciones", que "cerremos" historias. Y como ya digo, hasta que neguemos unas cosas que hemos dicho. Para eso sólo podemos responder con una cámara de vídeo, claro. Os aseguro que a mí me ha pasado... o ¿he sido yo el que ha fabulado?. Dentro vídeo!. Un saludo.

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